MATERIAL PARA 4TO TV EES N° 39

Leemos el cuento Sucker en voz alta y conversamos a partir de su lectura.
http://campus.belgrano.ort.edu.ar/lengua/descargar/repositorioarchivo/871382/

Este trabajo tiene validez de Integradora, deberá ser realizado en clase. Las hojas serán cada clase entregadas a la profesora.

    Consignas de relectura:

  1. “Mi madre nunca me molestó porque tenía que ocuparse de los más chicos.” ¿Qué situación familiar se infiere a partir de este dato?
  2. ¿Qué datos biográficos tenemos de Sucker al comienzo del cuento?
  3. “(...)le dije que si saltaba de arriba del garaje con un paraguas, éste actuaría como un paracaídas y que no caería fuerte. Lo hizo y se reventó la rodilla. No es más que un ejemplo.”  ¿Qué intenta ejemplificar el narrador?
  4. El  fragmento de la pregunta 3, ¿se trata de una analepsis o una prolepsis?
  5.  “Cuando Sucker era pibe y después hasta la época en que tuvo doce años creo que lo trataba tan mal como Marybelle a mí”.  Este fragmentos también se trata de una analepsis. ¿Te parece que abarca más o menos tiempo que la analepsis analizada antes?

  6.  Seleccioná fragmentos donde se puedan observar estas cuatro alteraciones de la velocidad del relato.  

    7. ¿Cuanto dura el tiempo cronológico narrado en el cuento? ¿Qué marcas explícitas tenés en el texto para darte cuenta de este tiempo cronológico?

    8. Antes de empezar a contar la  historia con Marybelle, el narrado explicita algunos aprendizajes. Selecciona algunas frases que muestren  esos aprendizajes.

    9. ¿Qué intenta expresar el narrador cuando dice que “Es imposible describir a Marybelle? Qué importancia tiene este personaje en la relación entre Pete y Sucker?

    10. “No me acuerdo bien, no puedo decir esto pasó tal día, esto pasó tal otro. Estaba  tan confundido que las semanas se me iban sin que yo me diera cuenta.” ¿Que acontecimiento sucedió que altera al narrador y lo confunde? ¿Qué efecto produce en el lector que el narrador recuerde algunas cosas y otras no, o  que algunos hechos sean recordados con mayor o menor detalle ?

    11. “ Cállate la boca, imbécil —le dije.” ¿Por qué podemos pensar que este es el punto de quiebre, el desequilibrio dentro de este relato? Utilizá el apunte teórico siguiente para elaborar tu respuesta. 
  7. 12. La mayoría de los relatos de la literatura del siglo XX y XXI se mueven con cierta libertad en relación con la estructura tripartita. Dentro de esas forma de organizar la estructura de la narración, ofrecemos algunas que están presenten en muchos cuento. Luego de leer el apunte,  cuál tipología se adecua al cuento Sucker.                                                                                                                            13. ¿Por qué crees que el cuento comienza y termina en el “territorio” de la pieza? ¿Qué valor real y simbólico tiene este cuarto?
    14. En los cuentos de aprendizaje se atraviesa una experiencia de la cual se sale transformado ¿Qué transformaciones podés observar en Sucker y Pete?
    15. A partir del siguiente artículo publicado en El país de España qué relación podes establecer entre el cuento y las características de la autora puestas de relieve el el artículo.

Ejercicio de escritura: el personaje de Sucker llega a nosotros a través de lo que nos cuenta el narrador, un narrado implicado con el personaje que muestra su mirada, su recorte sobre los hechos y las personas. A la manera del narrador, en primera persona escribí un breve texto que cuente el punto de vista de Sucker a través de su propia voz. Para concentrar la mirada, elegí algún momento de la historia para hacer foco en un aspecto de todos los contados en la historia. 
LO TEÓRICO

Tiempo de la historia ( los hechos)  y el tiempo del relato ( la forma que se cuentan esos hechos): el relato cronológico acronológico:

La alteración en el orden del relato: el narrador elige armar su discurso adelantando acontecimientos que en la historia ocurrieron después o interrumpiendo el fluir de los hechos con la evocación de otros que sucedieron antes del punto en que se encuentra. Las dos distorsiones de orden son la analepsis y la prolepsis. El tiempo del relato que es interrumpido por las anticipaciones (prolepsis) o por retrospecciones (analepsis) se denomina tiempo base.

Analepsis: es un segundo relato insertado en el relato base que narra hechos anteriores en el tiempo. Puede estar a cargo del narrador o de cualquiera de los personajes.


Prolepsis: es un adelanto en el tiempo, una anticipación de sucesos en relación a los narrados en el tiempo base. Es necesario aclarar que la prolepsis implica un adelanto de sucesos que acontecen efectivamente en la historia. No son prolepsis las premoniciones, ni las amenazas o promesas.

Los ritmos del relato
Necesitamos comparar el lapso temporal al que alude la historia, es decir, el tiempo que estos hechos podrían demorarse en la vida real; y la cantidad de espacio físico, o sea, páginas, renglones, palabras, que el relato les adjudica. Comparamos la duración de unos hechos en el tiempo de la historia y el tiempo del relato.
El resumen, la elipsis, la pausa y la escena son recursos que alteran la velocidad del relato. Estas alteraciones ayudan a construir el ritmo narrativo, haciéndolo más ágil o más lento.

Resumen: La duración del relato es menor a la que los hechos tienen en la historia. Implica una condensación del tiempo y como efecto sentimos la velocidad con la que avanza el relato.

Elipsis: implica la ausencia del relato. Silencia o evita contar acontecimientos que en realidad ocurrieron en la historia, pero que no se narran. En algunos casos se explicitan, como cuando  aparecen fórmulas del tipo : "Después de tres años". Las elipsis implícitas son más comunes en las novelas que por su extensión muchas veces sintetizan o pasan por alto lo que no es significativo. En un cuento, en cambio, la elipsis se utiliza con una marcada intencionalidad estética, como cuando lo elidido representa una revelación o un indicio que debe interpretar el lector. "Si todo se narrase, el mapa sería tan extenso como el territorio".

Pausa: los hechos de la historia están detenidos, hay una ausencia de acontecimientos.  Estas pausas son casi siempre descriptivas, aunque hay otras evaluativas, en las que el narrador interrumpe el relato de las acciones para reflexionar sobre lo que narra.

Escena: el tiempo del relato es casi igual al tiempo de la historia. El término escena se relaciona rápidamente con el texto teatral y con el guión, el diálogo entre los personajes es un buen ejemplo ya que la escena parece desarrollar la historia ante nuestros ojos.

Para responder la pregunta 11 antes leer este apunte:
Llamamos tripartita a la estructura que justamente se divide en tres partes y que subyace a gran parte de los textos narrativos. Los relatos canónicos siguen esta estructura.
Desde pequeños cuando escuchamos las historias que nos cuentan los mayores, empezamos a captar las características del relato. Una de esas características es la forma de comenzar el relato, a la que podemos llamar situación inicial. Allí entramos en contacto con los personajes y con el marco de la historia: el tiempo y el espacio donde se desarrolla. En esta parte del texto encontramos la situación en equilibrio.
Luego se plantea el conflicto, el problema o la dificultad que el sujeto de la acción debe enfrentar. Hay conflictos de distinto tipo: internos, que enfrenta el personaje consigo mismo y externos en cuanto lo enfrentan a algún oponente. Lo importante es que ese conflicto es el que mueve al personaje a la acción y el que motoriza o pone en marcha la historia misma. Sin un buen conflicto la historia pierde fuerza, vigor. Todas esas acciones que llevará a cabo el personaje constituyen el desarrollo.
Finalmente, el relato nos lleva al desenlace o resolución, es decir, el momento en que el conflicto se resuelve y termina el relato. Recordemos que esto no implica un final feliz, el conflicto puede resolverse a favor de los intereses del protagonista o en contra de ellos. Luego de esta resolución, muchas veces se plantea una nueva situación de equilibrio.

Para responder la pregunta 12 antes leer lo siguiente:

Comienzo in media res: el relato comienza en la mitad de la historia, es decir, no tenemos esa típica situación inicial que es tan tranquilizadora porque nos ubica en el contexto en el que los hechos van a desarrollarse, nos presenta a los personajes y a sus características. Este tipo de comienzos plantean otra relación con el lector y otro tipo de lector. Hay información que no se da, o por lo menos no en el principio, habrá que hacer hipótesis y deducciones y soportar la espera, hasta que el narrador nos otorgue la información faltante; o lo que es más difícil aún, tolerar no saber: a veces la información que deseamos no llega nunca.

Final abierto: la variación está en el final. El conflicto no se resuelve. El lector podrá imaginar finales posibles pero ninguno podrá ser ratificado por el texto. Estos finales generan una incertidumbre que no se compensa en la lectura, permanece en el lector.
Conflictos extremadamente débiles o inexistentes: hay textos que se inscriben en el límite del género. Podríamos preguntarnos qué pasa con esos textos que casi no plantean conflicto, ¿siguen siendo relatos? Si son breves y relatan hechos ficcionales, ¿Siguen siendo cuentos? Son relatos que se construyen desde la negación de la estructura más clásica y viven en esa zona límite.
Relatos acronológicos: hay relatos que comienzan con el final de la historia, anticipan cómo va a terminar. Son relatos que no están movilizados por la intriga, no buscan un lector que sostenga su lectura por el deseo de saber qué va a ocurrir. Proponen otro tipo de lectura y de lector. Si sabemos cómo termina una historia desde la primera línea, podemos leerla para saber todo lo demás, cómo llegó el personaje a esa situación, quién es, cuál es su historia, cómo se cuenta una historia en la que se mata la sorpresa en la primera línea.

Carson McCullers: La ternura volátil del desamparo

La obra completa de la escritora, una voz imprescindible del siglo XX norteamericano, será reeditada este año por el centenario de su nacimiento



Dos hombres sordomudos llevan una armónica vida en común hasta que uno de ellos comienza a actuar de manera violenta y se vuelve loco. Ante la mirada asombrada de su comunidad, una mujer fuerte e independiente se enamora de su primo lejano, un jorobado; y éste se aprovecha de su confianza para ayudar al exmarido a volver con ella. Las contradicciones fomentadas por instituciones como el ejército y el matrimonio estimulan una violencia latente entre las relaciones de dos militares y sus esposas. Un juez veterano se atormenta con el deseo sexual reprimido hacia un joven de color. Estas son las tramas principales de algunas de las novelas (El corazón es un cazador solitarioReflejos de un ojo dorado y Reloj sin manecillas) que nos dejó Lula Carson Smith (Georgia, 1917- Nueva York, 1967), conocida popularmente como Carson McCullers, una de las narradoras americanas imprescindibles del siglo XX. Este año se cumplen el centenario de su nacimiento y los cincuenta años de su muerte. Con motivo de la doble efeméride, a lo largo de 2017 su obra completa será reeditada por Seix Barral con nuevos prólogos de Paulina Flores, Cristina Morales, Jesús Carrasco y una traducción, inédita aún en castellano, de un epílogo de Tennesse Williams.

Su universo es una constelación de historias y personajes que encarnaron el imaginario del Sur profundo de Estados Unidos: intenso y contradictorio. Por eso Carson McCullers fue ubicada junto a autores como William Faulkner, Flannery O’Connor, Truman Capote o Tennessee Williams o la pluma epigonal de Cormac McCarthy dentro de lo que se denominó “gótico sureño”. Quienes, a diferencia de la novela gótica europea, no recurrían a una cierta oscuridad propia del género para instaurar el suspense previo al terror sino para explorar de manera refractaria el convulso mundo en que vivían en un contexto de cambio de un modelo agrario a uno industrial. Y de esta forma, también los inestables personajes de las historias de McCullers dan cuenta, a su manera, del espejo roto de la normalidad en el ámbito doméstico de los antiguos Estados Confederados.
A pesar de esta debilidad por explorar el grotesco e iluminar a los considerados freaks y su habilidad para amplificar la anormalidad y, de esta manera, normalizarla, que le atribuyeron comparaciones con la fotógrafa Diane Arbus, como lo indica Rodrigo Fresán en el prólogo de El aliento del cielo (Seix Barral, 2007), la diferencia de McCullers con los demás autores del gótico sureño fue que supo expresar la ruptura de la norma con una candidez inquietante, una ternura que evidenciaba el desamparo vital de sus personajes. Una ternura que en vez de distanciarnos (como en esa violencia totémica que transpiran los personajes de Faulkner o la implacable gracia divina que recae sobre los de O’Connor) nos acercan y hasta nos identifican con ellos. Una diferencia de la que la propia autora era consciente, como se evidencia en esta frase suya, rescatada por la joven promesa de la literatura chilena, Paulina Flores, en el prólogo de La balada del café triste (Seix Barral, 2017): “Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner”.
Junto a los freaks, los anormales, los deformes, los enfermos mentales y los homosexuales que reprimen su deseo, los personajes que atraviesan por ese periodo de mutación y volatilidad que es la pubertad y la adolescencia habitan de una manera imprevisible y humanamente estremecedora en sus historias. Así lo hace la inolvidable Mick, una tomboy (marimacho), una niña andrógina que es una apasionada de la música y lucha de manera infructuosa contra ese abrumador mundo exterior que amenaza con invadir su fortaleza interior exponiendo una enternecedora intemperie vital en El corazón es un cazador solitario (Seix Barral, 2016). Este arquetipo lo encontramos también en la temperamental Frankie de la nouvelle Frankie y la boda (Seix Barral, 2013). Una adolescente testaruda y ocurrente que quiere evitar la boda de su amado hermano mayor. Así como en Sucker (El aliento del cielo, 2017), el primer cuento que McCullers escribió pero que fuera publicado mucho tiempo después, y cuyo protagonista es el inquietante adolescente bastante ingenuo que cuyo mote da título al relato. Un niño que abandona la ingenuidad de la infancia para ingresar en la desencantada vida adulta con unas conductas que intimidan a su hermano adoptivo. O en Así (El aliento del cielo, 2017), donde una niña asiste en un hilarante monólogo interior a la transformación hormonal de su hermana y se resiste a cambiar “así”. En esta temperamental narradora anónima ya se encuentra un esbozo de Mick y Frankie, sus adolescentes más conocidas.
Junto a estos adolescentes indómitas también se encuentran las protagonistas de los relatos El aliento del cielo y Wunderkind. La del primero es una joven afectada por una enfermedad pulmonar que ansía los cuidados y la atención de su madre, y la del segundo es una joven pianista que intuye como su don musical está comenzando a abandonarla. Ambos son ligeramente autobiográficos, si tenemos en cuenta que McCullers era una pianista frustrada y sufrió desde muy joven los ataques de una afección pulmonar mal diagnosticada. Nacida Lula Carson Smith, adoptó el apellido de su dos veces esposo Reeves McCullers y, al igual que (Mary) Flannery O'Connor, renunció a su nombre de pila, para despistar a los lectores y ocultarse en la androginia de un doble apellido. En su adolescencia renunció de forma intempestiva a dedicarse a una carrera como pianista después de que su amada profesora se mudara de ciudad.
Tras mudarse a Nueva York con la excusa de estudiar piano, comenzó su derrotero como una talentosa niña prodigio de la literatura. Su precoz reconocimiento literario la iguala con autores como Mary Shelley, Arthur Rimbaud o Clarice Lispector, noveles que sorprendieron con la solidez de sus debuts literarios. Asistió a los prestigiosos cursos de escritura creativa en la Universidad de Columbia y la de Nueva York, y con sólo 24 años publicó su primera novela con una recepción asombrosa entre el público y la crítica que aún permanece a pesar del paso del tiempo (El corazón es un cazador solitario, 1940). Al igual que otras escritoras como Dorothy Parker, el anecdotario sobre su agitada vida sentimental inspiraron innumerables biografías y artículos periodísticos: era bisexual y tuvo varios affaires, entre ellos con la escritora Anne Marie Schwarzenbach. Reeves se suicidó, quizás por la depresión que le producía su reprimida homosexualidad y su frustrada carrera literaria, así como la intensa y problemática vida conyugal que compartieron. Una intimidad de excesos que aparece augurado, como si su propia vida hubiera imitado su arte, en uno de sus relatos de juventud, El instante de la hora siguiente (El aliento del cielo, 2017) donde trata el revulsivo crepúsculo de una pareja de alcohólicos.









Clas 16/10/18

Hoy vamos a leer diferentes tipos de textos, deberán encontrar un eje temático entre los textos y explicar porque creen que ese es el tema. ¿Algún texto representa lo que sienten? ¿qué podríamos agregar a estos textos? Propone una canción, poesía, cuento, película, etc que te parece que podría sumarse a estos textos.
¿Qué tipo de textos te cuesta menos leer? y ¿Cuáles te cuestan más? ¿por que creés que te sucede esto?

Poesías
Caminante

Todo pasa y todo queda pero lo nuestro es pasar 
pasar haciendo camino, camino sobre la mar 
nunca perseguí la gloria y dejar en la memoria 
de los hombres mi canción. 
Yo amo los mundos sutiles ingrávidos y gentiles 
como pompas de jabón. 
Me gusta verlos pintarse, de sol y gran arbolar 
bajo el cielo Azul temblar, súbitamente y quebrarse 
nunca perseguí la gloria. 

Caminante son tus huellas del camino y nada más 
caminante no hay camino, se hace camino al andar 
al andar se hace el camino y al volver la vista atrás 
se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar 
caminante no hay camino sino estelas en la mar.

Hace algún tiempo en ese lugar 
donde los bosques se visten de espinos 
se oyó una voz de un poeta gritar 
caminante no hay camino se hace camino al andar 
golpe a golpe, verso a verso. 

Murió el poeta lejos del hogar 
le cubre el polvo de un país vecino 
al alejarse le vieron llorar 
caminante no hay camino se hace camino al andar 
golpe a golpe, verso a verso. 

Cuando el jilguero no puede cantar 
cuando el poeta es un peregrino 
cuando de nada nos sirve rezar. 
Caminante no hay camino, se hace camino al andar 
golpe a golpe, verso a verso 
golpe a golpe, verso a verso 
golpe a golpe, verso a verso.

Remordimiento de Jorge Luis Borges

He cometido el peor de los pecados 
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados. 

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida 

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías. 

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
La sombra de haber sido un desdichado.

Piu avanti! por Almafuerte


No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruïn, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua, y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!

“No te rindas” de Mario Benedetti

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Todo lo que podemos ser
¿Cuál es nuestro verdadero límite? Los “distintos” son parte de una fantasía que no nos permite crecer.



Por Agustín González
Las mentiras que nos decimos pueden determinar quiénes somos.Muchas veces las usamos como mecanismos de defensa ante aspectos de la realidad que nos hacen mal. Nos mentimos y nos creemos para sobrevivir, y está bien que así sea. Somos animales de certezas y necesitamos tener algunas, aunque filtremos la realidad de rosa. El problema aparece cuando lo que nos contamos no es para defendernos, sino para atacarnos.Cuando las mentiras no nacen del miedo al dolor, sino del miedo a la felicidad. El miedo a que nos vaya bien.
“Sí, pero”. Así suelen arrancar. Sí, pero no me va a dar bola. Sí, pero voy a aguantar un tiempito más. Sí, pero es demasiado arriesgado. Los “sí, pero” están en todos los ámbitos de nuestra vida, y surgen para mantener el orden en el que vivimos. Todos tenemos los nuestros. Muchas veces estos modos de pensar son los que ponen, de manera inconsciente, una barrera entre nuestro presente y eso que deseamos alcanzar. Y hay uno, muy poderoso, que influye en casi todos los demás: el “sí, pero yo no puedo”.
¿Te acordás de la primera vez que te sentiste inteligente? ¿Y la que te sentiste incapaz? Desde que tengo memoria obtuve muy buenas notas en todas las materias de la escuela, sin demasiado esfuerzo. Crecí, en consecuencia, rodeado de elogios y aplausos. Me hicieron sentir muy inteligente. Al mismo tiempo, muchos de mis compañeros empezaban a creer lo opuesto: que no servían para nada y que no tenían ningún talento. Bah, que eran tontos. El tiempo y alguna que otra lectura me enseñó que tanto ellos como yo estábamos equivocados.
Es un error preguntarnos “cuán” inteligentes somos, cuando es mejor cuestionarnos el “cómo”. También es incorrecto, desde un punto de vista teórico, hablar de “la” inteligencia cuando, en realidad, hay muchas a tener en cuenta: al menos ocho, si le preguntamos a Howard Gardner. Entender esto no solo nos permite redimensionar nuestras fortalezas (ah, no soy tan groso), sino que nos hace más amigos de nuestras debilidades (ah, no soy tan boludo). Conocernos nos permite buscar nuestra mejor versión. Y quizá, con mucho trabajo y un poco de suerte, podamos llegar a tener fuego en la mirada.
El brillo en los ojos de alguien cuando habla sobre lo que le apasiona. Yo asocio esa imagen con el fuego. Ver eso es estar con alguien en su momento top. “El elemento” es el punto en que se cruza lo que nos apasiona y lo que sabemos hacer muy bien. Ken Robinson, un referente de la educación a nivel mundial, desarrolló este concepto en un libro del mismo nombre. Las personas que encuentran y desarrollan su elemento alcanzan un estado asombroso: se olvidan del paso del tiempo cuando trabajan, ganan energía en vez de perderla y suelen contagiar a todos a su alrededor con una fuerza arrolladora. Nosotros, sin embargo, los sacamos de su elemento y les otorgamos otra categoría: los llamamos “distintos”.
Un distinto es alguien que cambia las reglas del juego y logra lo que parece imposible (o muy difícil) para los demás. También los conocemos como los fuera de seriecracksanimalesbestiasextraterrestreslocostocadoselegidosangelados iluminadosAunque muchas veces nos sirven como ejemplos o modelos a seguir, suelen tener en nosotros el efecto opuesto: nos desaniman. Son un “nunca en la puta vida voy a lograr lo que hizo X”. Hay que romper ese paradigma. No nos sirve. Y además, es falso: los distintos no existen.
“Esto es para los locos. Los inadaptados, los rebeldes, los problemáticos. Las clavijas redondas en agujeros cuadrados. Los que ven las cosas de una manera diferente. Ellos no siguen las reglas y no tienen respeto por el “status quo”. Puedes citarlos, discrepar con ellos, glorificarlos o vilipendiarlos. Pero la única cosa que no puedes hacer es ignorarlos… Porque ellos cambian las cosas, empujan hacia adelante la raza humana y, aunque algunos puedan verlos como locos, nosotros vemos genios. Porque las personas que están lo bastante locas como para creer que pueden cambiar el mundo, son las que lo hacen”.
“Think Different”, anuncio publicitario de Apple de 1997.
Las personas que (para el anuncio de Apple) “empujan hacia adelante la raza humana”, simplemente reconocieron eso en lo que eran buenos, les gustaba y trabajaron mucho para hacerlo bien. No hay más secreto que ese. Messi, María Elena Walsh, Borges, Lucha Aymar, Cerati y Piazzolla no comparten profesión, pero a todos les decimos igual. Los llamamos “genios”, porque tienen una inteligencia superior a la del promedio. “Una”, o varias, que les permite rendir a niveles que la mayoría de nosotros solo podría soñar. Pero pensarlos como elegidos es solo una manera de renunciar a nuestro propio potencial.
Los grandes de la historia sangran, como el resto de nosotros: son humanos. Calificarlos como algo más solo nos distancia de ellos y nos impide ver todo lo que hay detrás de sus victorias: un compromiso casi sagrado con su pasión, una cantidad enorme de práctica y muchos (pero muchos) fracasos. También tuvieron una cuota de suerte, pero que el árbol no tape el bosque. Ver sólo lo afortunados que fueron nos deja tranquilos con nuestro presente y a su vez nos limita. Aleja cualquier posibilidad de alcanzar “la grandeza”, en lo que sea que nos guste, y nos permite dormir bien por las noches.
Pasa algo similar con aquellos que nos dirigen o marcan el camino. Tendemos a creer que aquellos que conocen sus motivaciones y el camino hacia sus metas son personas “tocadas por la varita”. Spoiler: no, no lo son. Aún así, el rol de un líder no es el de brillar o pasar a la historia por lo fantástico que fue, sino el de lograr que las personas en su equipo saquen lo mejor de sí. Y para eso hay que animarse a conocer a nuestros compañeros, escucharlos y creer en ellos. Los líderes son los primeros en creer.
Creer que los demás tiene todo el talento necesario. Creer en sus ideas, sus miedos y sus sueños. Creer que pueden lograr aquello que se propongan y creer que se puede aprender de ellos. Nadie que se considere el más inteligente puede liderar nada. Alguien que reconoce y admira a los demás, puede intentarlo. Y aquel dispuesto a aprender de los otros y crecer junto a ellos, es una persona a quien estaría dispuesto a seguir. Los que cambian las cosas son los que perciben el potencial de la grandeza allí donde otros solo ven mediocridad.
En la facultad tenemos una materia que se llama “Liderazgo”. El primer día de clase, el profesor nos preguntó a todos mis compañeros y a mí, uno por uno, quiénes éramos y cuál era nuestro talento. Muchas personas respondieron “ninguno”: no tenían, a su criterio, ningún talento. No les creo. Sí creo que les enseñaron a creer eso, desde chicos, y es algo que nos persigue hasta hoy. Llegó el momento de romper todo. De mirar menos hacia arriba, donde están los genios, y mirar más hacia los costados, donde estamos nosotros. A la mierda con “los distintos” y las mentiras que nos contamos y ya no nos sirven. Creamos en nosotros, y hagamos algo al respecto.
No le tengamos más miedo a todo lo que podemos llegar a ser.


Resiliencia: Los 12 hábitos de las personas resilientes

¿Sabes qué es la resiliencia? ¿Quieres aprender a ser una persona más resiliente?
A veces la vida nos pone a prueba, nos plantea situaciones que superan nuestras capacidades: una enfermedad, una ruptura de pareja particularmente dolorosa, la muerte de un ser querido, el fracaso de un sueño largamente anhelado, problemas económicos…
Existen diferentes circunstancias que nos pueden llevar al límite y hacer que nos cuestionemos si tenemos la fuerza y la voluntad necesarias para continuar adelante. En este punto tenemos dos opciones: dejarnos vencer y sentir que hemos fracasado o sobreponernos y salir fortalecidos, apostar por la resiliencia.

Qué es la resiliencia: definición y significado

El significado de resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de la Lengua  (RAE) es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, pero en psicología añadimos algo más al concepto de resiliencia: no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas , sino que también podemos salir fortalecidos de ellas.
La resiliencia implica reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias y de nuestras necesidades. De esta manera, las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo su potencial.
Para las personas resilientes no existe una vida dura, sino momentos difíciles. Y no se trata de una simple disquisición terminológica, sino de una manera diferente y más optimista de ver el mundo, ya que son conscientes de que después de la tormenta llega la calma. De hecho, estas personas a menudo sorprenden por su buen humor y nos hacen preguntarnos cómo es posible que, después de todo lo que han pasado, puedan afrontar la vida con una sonrisa en los labios.

El origen del concepto de resiliencia en psicología

El primer autor que empleó este término fue John Bowlby, el creador de la teoría del apego, pero fue Boris Cyrulnik, psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo,  el que dio a conocer el concepto de resiliencia en el campo de la psicología en su bestseller “Los patitos feos”.

La práctica de la resiliencia: ¿Cómo podemos ser más resilientes?

La resiliencia no es una cualidad innata, no está impresa en nuestros genes, aunque sí puede haber una tendencia genética que puede predisponer a tener un “buen carácter”. La resiliencia es algo que todos  podemos desarrollar a lo largo de la vida.
resiliencia practica
Hay personas que son resilientes porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas. Esto nos indica que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias.
De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentarse a los diferentes retos de la vida.

¿Qué caracteriza a una persona resiliente?

Las personas que practican la resiliencia:
  1. Son conscientes de sus potencialidades y limitaciones. El autoconocimiento es un arma muy poderosa para enfrentar las adversidades y los retos, y las personas resilientes saben usarla a su favor. Estas personas saben cuáles son sus principales fortalezas y habilidades, así como sus limitaciones y defectos. De esta manera pueden trazarse metas más objetivas que no solo tienen en cuenta sus necesidades y sueños, sino también los recursos de los que disponen para conseguirlas.
  2. Son creativas. La persona con una alta capacidad de resiliencia no se limita a intentar pegar el jarrón roto, es consciente de que ya nunca a volverá a ser el mismo. El resiliente hará un mosaico con los trozos rotos, y transformará su experiencia dolorosa en algo bello o útil. De lo vil, saca lo precioso.
  3. Confían en sus capacidades. Al ser conscientes de sus potencialidades y limitaciones, las personas resilientes confían en lo que son capaces de hacer. Si algo les caracteriza es que no pierden de vista sus objetivos y se sienten seguras de lo que pueden lograr. No obstante, también reconocen la importancia del trabajo en equipo y no se encierran en sí mismas, sino que saben cuándo es necesario pedir ayuda.
  4. Asumen las dificultades como una oportunidad para aprender. A lo largo de la vida enfrentamos muchas situaciones dolorosas que nos desmotivan, pero las personas con un alto nivel de resiliencia son capaces de ver más allá de esos momentos y no desfallecen. Estas personas asumen las crisis como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y crecer. Saben que esos momentos no serán eternos y que su futuro dependerá de la manera en que reaccionen. Cuando se enfrentan a una adversidad se preguntan: ¿qué puedo aprender yo de esto.
  5. Practican el mindfulness o conciencia plena. Aún sin ser conscientes de esta práctica milenaria, las personas resilientes tienen el hábito de estar plenamente presentes, de vivir en el aquí y ahora y de tienen una gran capacidad de aceptación. Para estas personas el pasado forma parte del ayer y no es una fuente de culpabilidad y zozobra mientras que el futuro no les aturde con su cuota de incertidumbre y preocupaciones. Son capaces de aceptar las experiencias tal y como se presentan e intentan sacarles el mayor provecho. Disfrutan de los pequeños detalles y no han perdido su capacidad para asombrarse ante la vida.
  6. Ven la vida con objetividad, pero siempre a través de un prisma optimista. Las personas resilientes son muy objetivas, saben cuáles son sus potencialidades, los recursos que tienen a su alcance y sus metas, pero eso no implica que no sean optimistas. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos y disfrutan de los retos. Estas personas desarrollan un optimismo realista, también llamado optimalismo, y están convencidas de que por muy oscura que se presente su jornada, el día siguiente puede ser mejor.
  7. Se rodean de personas que tienen una actitud positiva. Las personas que practican la resiliencia saben cultivar sus amistades, por lo que generalmente se rodean de personas que mantienen una actitud positiva ante la vida y evitan a aquellos que se comportan como vampiros emocionales. De esta forma, logran crear una sólida red de apoyo que les puede sostener en los momentos más difíciles.
  8. No intentan controlar las situaciones, sino sus emociones. Una de las principales fuentes de tensiones y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida. Por eso, cuando algo se nos escapa de entre las manos, nos sentimos culpables e inseguros. Sin embargo, las personas con capacidad de resiliencia saben que es imposible controlar todas las situaciones, han aprendido a lidiar con la incertidumbre y se sienten cómodos aunque no tengan el control. Se centran en cambiar sus emociones, cuando no pueden cambiar la realidad.
  9. Son flexibles ante los cambios. A pesar de que las personas resilientes tienen una autoimagen muy clara y saben perfectamente qué quieren lograr, también tienen la suficiente flexibilidad como para adaptar sus planes y cambiar sus metas cuando es necesario. Estas personas no se cierran al cambio y siempre están dispuestas a valorar diferentes alternativas, sin aferrarse obsesivamente a sus planes iniciales o a una única solución.
  10. Son tenaces en sus propósitos. El hecho de que los resilientes sean flexibles no implica que renuncien a sus metas, al contrario, si algo las distingue es su perseverancia y su capacidad de lucha. La diferencia estriba en que no luchan contra molinos de viento, sino que aprovechan el sentido de la corriente y fluyen con ella. Estas personas tienen una motivación intrínseca que les ayuda a mantenerse firmes y luchar por lo que se proponen.
  11. Afrontan la adversidad con humor. Una de las características esenciales de las personas resilientes es su sentido del humor, son capaces de reírse de la adversidad y sacar una broma de sus desdichas. La risa es su mejor aliada porque les ayuda a mantenerse optimistas y, sobre todo, les permite enfocarse en los aspectos positivos de las situaciones.
  12. Buscan la ayuda de los demás y el apoyo social. Cuando las personas resilientes pasan por un suceso potencialmente traumático su primer objetivo es superarlo, para ello, son conscientes de la importancia del apoyo social y no dudan en buscar ayuda profesional cuando lo necesitan.

Clase del 4 de septiembre de 2018


1) Leemos entre todos el cuento "Conejo" del autor argentino Abelardo Castillo.

“Conejo” de Abelardo Castillo, en Las otras puertas (1961)
Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
se le anegase en el profundo de la mar.
MATEO, XVIII: 6
 

    No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes colorados, redondos. Caras de bobas, eso es lo que tienen.
    A mí no me importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés nene y puro acariciar, como cuando te enfermas y andan tocándote la frente, que parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y entonces todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteojos se cree muy vivo, y es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe porque juego con vos, mírenlo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué sabe él. Los grandes también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tranquilo y les decís mira lo que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo. Ni te explican ni nada. Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.
   Yo me acuerdo cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco, más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, toma, me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas vos adentro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta para nada a mí, mira la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que tu padre.
   Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean, bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa, claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un juguete como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes. Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá. Ella contaba cuentos, a la mañana sobre todo, que es cuando nunca está enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en seguida te andan gritando patadura, anda al arco querés, y malas palabras y hasta delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no traes a tu hermanito para que atajen juntos, y se reían. Por vos me lo dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te trajeron a propósito a vos, por los dientes.
   Ellos vinieron todos, como cuando la pulmonía. Y puro hacer caricias ahora, se piensan que uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la basura esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o anduviera buscando camorra como siempre y no que viniera a decir esa porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de regalo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba. Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser. Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenes que quererlo mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos. Anda a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella también. Y después puro regalar conejos, sí. Se creen que uno no se da cuenta, como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí, para hablar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo cuando me río.
   Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.
   Y al final a nadie se le importa un pito de los dientes, porque yo te quiero lo mismo y te quiero porque sí, porque se me antoja. No porque ella te trajo y mejor si no va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que tenes no es nada linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura, que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ganar es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada, por más que te arranque el brazo y te escupa todo, y vos te crees que estoy llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga todo el aserrín por la barriga y te quede la cabeza colgando, que para eso tengo el tren y los patines y...

2) Consignas de comprensión lectora
A. ¿Quién narra este cuento? ¿Desde qué perspectiva? ¿A quién se dirige? 
B. ¿Qué interpretaciones hace el narrador sobre el mundo adulto? ¿Por qué te parece que piensa de ese modo? 
C. ¿Qué transformación se produce al final del cuento con respecto al trato con el conejo? ¿Por qué te parece que sucede esto?
D. ¿Qué interpretación podés hacer con respecto al epígrafe y su relación con el cuento?

3) Algunas cuestiones teóricas para poder seguir leyendo "Conejo"
El cuento leído podría enmarcarse dentro del llamado género de iniciación o relato de aprendizaje, que refiere a la evolución de un personaje desde la infancia a la madurez, ya sea desde el punto de vista del desarrollo físico, moral, psicológico y/o social. 
El autor José Luis de Diego señala, como caraterísticas de este género, las siguientes: 
a) Se narra el desarrollo de un personaje -generalmente un joven- a través de sucesivas experiencias que van afectando su posición ante sí mismo, y ante el mundo y las cosas; por ende, el héroe se transforma en un principio estructurante de la obra; b) cumple -o busca cumplir- una función moralizante, ya sea positiva -modelo a imitar- o negativa -modelo a rechazar-, independientemente de la mayor o menor presencia de la voz autoral 

A. Después de leer las definiciones acerca del relato de iniciación: ¿Cómo fundamentarías que el cuento "Conejo" forma parte de este género?


PRIMER AMOR


Antonio Dal Masetto




        En  aquellos tiempos todavía no odiaba nada ni a nadie. Tenía doce años y estaba enamorado. Meses atrás, no muchos, había cruzado el océano en un barco de emigrantes, había visto llorar a hombres rudos, había llorado a mi vez y me había escapado de popa a proa para ponerme a soñar con América.
      Miraba el horizonte y fantaseaba acerca de llanuras, caballos impetuosos, espuelas de plata y sombreros de alas anchas.
        Lo que me esperaba al cabo de la travesía fue un puerto como todos, hierro y óxido, anchas avenidas empedradas, bandadas de palomas y más allá una ciudad como un muro. Después vino el tren lento a través de los campos invernales, estaciones vacías, campanazos que anunciaban las partidas y estremecían el silencio y, finalmente, el pueblo. Nada de sombreros de ala ancha.
        Lo primero fue cambiar los pantalones cortos por unos mamelucos, los zapatos por alpargatas. Me enseñaron el recorrido de la clientela, me dieron una bicicleta y me pusieron a repartir carne. Tuve que enfrentar el desconocimiento del idioma y soportar las burlas de los pibes en las que, por lo menos al principio, no alcanzaba a distinguir más que la palabra gringo. De todos modos no me quedaba quieto y cuando tenía uno a mano me le tiraba encima. Pero no había demasiada convicción en esas peleas. Y en los baldíos, en las calles de tierra, lo único que dejamos fueron algunos botones de nuestra ropa.
        Lo cierto es que ahora pedaleaba de mañana, pedaleaba de tarde y estaba enamorado. Ella se llamaba Renata, usaba trenzas, tenía los ojos pardos y vivía en una gran casa, con una chapa de bronce en la puerta, donde yo tocaba timbre cada día para entregar el pedido. La amaba porque era hermosa, porque era la hija del doctor y porque era malvada. Por lo menos eso comentaban entre ellas algunas clientas, cuyas hijas eran compañeras de Renata en el colegio de monjas. Nunca me pregunté qué clase de perversidades pudieron haberle ganado ese calificativo. Pero en esos meses, para mí, la idea de la maldad se convirtió en un atributo de la perfección.
        El domingo en que la vi por primera vez, Renata cruzaba la plaza con unas amigas: venían de misa. Ella caminaba en el centro, lideraba el grupo, hablaba muy seria, la cabeza erguida, y las demás alborotaban alrededor.
Vaya a saber lo que sentí realmente, quedé turbado y esa noche tardé en dormirme. De algún modo debí intuir que con aquel encuentro se abría una etapa nueva. Hasta ese momento me había estado asomando al pueblo y sus calles como sobre un pozo sin fondo, donde no había respuestas, ni siquiera preguntas, sólo estupor y una calma de agua estancada. Recuerdo los amaneceres escarchados, la quietud del río, las noches sin vida, los dos caballos tristes y pacientes bajo la lluvia en el terreno cercado por alambres de púas, frente a nuestra casa. Vivía como aletargado por todo eso, sumergido en un asombro quieto y distante. No sabía si algo en mí estaba exigiendo un cambio. Era un adolescente inquieto, aunque la prueba a la que estaba sometido casi no me permitía rebeldías, no pedía aceptación ni rechazo, simplemente me rodeaba con su abandono, me enquistaba y me anulaba.
        Después de encontrarme con Renata, en los días siguientes,  cuando averigüé que vivía en aquella casa y me puse a soñar con ella, aprendí, entre otras cosas, que había en mí una capacidad de sufrimiento hasta entonces insospechada. Y me lo repetía a cada rato: “Sufro, estoy sufriendo, nunca sanaré de este dolor”.  Estaba realmente convencido. Pero también era cierto que todo ese desgarramiento no me debilitaba, al contrario, comenzaba a instalar señales reconocibles y familiares en esos días vacíos. A medida que aceptaba ese mundo como mío, percibía que se iba desintegrando la rigidez que me separaba de todo. La esperanza que cada mañana respiraba en el aire frío, el sobresalto renovado cada vez que veía a Renata salir del colegio entre sus compañeras (un delantal blanco siguió representando para mí, durante mucho tiempo, el símbolo del amor y la aristocracia pueblerina), eran cosas reales, que me devolvían una identidad. De este modo, sin saberlo ella, la presencia de Renata iba introduciendo cierto orden en mi desconcierto. Me hundía en la impotencia y al mismo tiempo me salvaba del desarraigo. Seguramente, por lo menos al principio, ni siquiera debió darse cuenta de mi existencia. Y aun más tarde, después del encuentro en el jardín, es probable que no haya vuelto a fijarse ni a acordarse de mí. Sin embargo, desde esas distancias, ella me marcaba una dirección. Yo me sometía, sufría y me sentía vivo.
        Y así, aquellas calles se llenaron de actividad, de cálculos, de horarios, de estrategias. Siempre estaba yéndome o llegando, partía en mi bicicleta con cualquier excusa, me ofrecía para todos los mandados. Pasaba por su casa, por la de alguna amiga, por la iglesia, por el club, por cada sitio donde suponía que podía estar.  Corría permanentemente. En realidad, era ella la dueña del movimiento. Se desplazaba y yo respondía girando a su alrededor, a una cuadra de distancia, a cinco, a diez, como si estuviese atado con un hilo, ensayando vastos rodeos, encarando finalmente por una calle donde ella venía avanzando, para cruzarla de frente y pasar a un par de metros, pedaleando fuerte, la mayoría de las veces sin atreverme siquiera a mirarla. Llevaba en el bolsillo una libreta en la que anotaba:
“Martes 17, la vi; miércoles 18, la vi; jueves 19, la vi dos veces; viernes 20, la vi, me parece que me miró”.
        Una mañana toqué timbre y salió ella a atenderme. Había delirado con esa ocasión, pero no supe qué hacer y todos mis planes se diluyeron. Me quedé mirándola, inmovilizado, con mis mamelucos color ladrillo y mis alpargatas deshilachadas.
        —Traigo la carne —murmuré, con un tono y una torpeza que me hicieron sentir avergonzado.
        No se dignó tomar el paquete. Se hizo a un lado y me señaló una puerta:
        —Dejalo ahí, sobre la mesa.
        Obedecí. Cuando ya me iba oí que decía:
        —Esperá.
        Me detuve.
        —¿Por qué siempre me andás mirando? —preguntó.
        Sentí que me temblaban las rodillas y aparté la vista.  Me dije que no habría otra oportunidad como ésa y me esforcé por construir una respuesta en un castellano decente, aunque cuando la tuve lista ya era tarde.
        —Vení —dijo Renata.
        La seguí. Recorrimos el pasillo y salimos, por la puerta del fondo, al jardín que tantas veces había vislumbrado desde la calle. Aquello era como estar en un mundo prohibido. Renata me guió entre una doble hilera de naranjos, hasta la pared que separaba el terreno de la casa vecina.
        —¿Sabés qué es? —preguntó señalando con el dedo.
        —Un rosal —contesté.
        —Eso es lo que parece —dijo.
        Se mantuvo en silencio, pensativa, durante unos minutos, y advertí que era más alta que yo. Después se acercó más al rosal y me contó una historia:
        —Mi bisabuela se llamaba Renata, igual que yo. Mi bisabuelo viajaba y la dejaba mucho tiempo sola. Era una mujer bellísima. Se enamoró de un sobrino, quince años menor que ella. Pero él la rechazó. Entonces lo mató y lo enterró acá, junto al muro. A la semana notó que en este lugar había nacido un rosal. Tomó una tijera y lo cortó. El rosal volvió a crecer.  Lo cortó. Y así muchas veces. Hasta que un día, mientras trataba de arrancarlo, se pinchó un dedo con una espina y quedó embarazada. Cuando dio a luz vio que el chico era el sobrino al que había asesinado. Pensó matarlo otra vez, pero finalmente decidió criarlo. El chico no paraba nunca de mamar, jamás estaba satisfecho. Acabó con su leche y comenzó a chuparle la sangre. Mi bisabuela se fue debilitando y al tiempo murió.
        Mientras hablaba, Renata no había dejado de mirarme. Calló y oí  el chillido de los pájaros.
        —Dame la mano —dijo ella.
        Estiré el brazo. Me arrastró suavemente, acercó mi mano al  rosal  para que me pinchara con una espina. Soporté sin chistar,  sin moverme. Retuvo mi dedo para ver brotar la sangre. Entonces busqué en sus ojos el placer perverso del que había oído hablar. Lo que vi fue gravedad y, me pareció, un velo de tristeza.
        —Ahora —sentenció—, vas a quedar embarazado, como mi bisabuela.
        Me soltó. Un golpe de viento trajo el olor de la primavera próxima. Sentí que ese jardín no se encontraba en el pueblo, sino en otra parte, lejos, y que tal vez nunca tuviese que marcharme. Por un momento pude pensar que entre Renata y yo no había diferencias, que éramos iguales y lo seguiríamos siendo mientras permaneciésemos ahí.
        Ella volvió a hablar.
        —Andate —dijo.
        No había prepotencia en su voz, ni siquiera era una orden, sino la manifestación simple y clara de algo que debía ser hecho.
        Crucé el jardín, salí a la vereda y caminé hasta doblar la esquina. Apoyé la bicicleta contra un árbol, saqué mi libreta, la abrí y aplasté la gota de sangre sobre una hoja en blanco. Volví a guardarla en el bolsillo de la camisa, contra el corazón. Después me llevé el dedo a los labios y lo mantuve ahí. Monté y pedaleé calle abajo, hacia el horizonte quieto y abierto que se divisaba más allá de las casas.


Clase del 14/8/18

EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

https://www.youtube.com/watch?v=hjR5g3mbkcw&t=877s

Les dejo el link de una versión excelente de El Quijote: 

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

Miguel de Cervantes Saavedra

Capítulo I

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva; porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Y también cuando leía: «... los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza».
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra, o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera, que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robó aquel ídolo de Mahoma que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía, y aun a su sobrina de añadidura.
En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del extraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo, pero vio que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morrión, hacían una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje.
Fue luego a ver su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría; porque (según se decía él a sí mesmo) no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y ansí, procuraba acomodársele de manera que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón que, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba; y así, después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar Rocinante, nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.
Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamardon Quijote; de donde, como queda dicho, tomaron ocasión los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debía de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordándose que el valeroso Amadís no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.
Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse: porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: «Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

LADRAN SANCHO


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